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Armenia y la diáspora, unidas y fuertes

El Centro Armenio de la Argentina publicó en las redes sociales su reflexión sobre la actualidad por la que están atravesando en Armenia, los armenios y sus descendientes. El manifiesto fue difundido en español y armenio.


Declaración completa:


Este ha sido un año muy difícil para todos. La pandemia tomó por sorpresa al mundo y súbitamente modificó nuestros hábitos y nuestra cotidianidad, provocando además hasta el momento unas dos millones de víctimas fatales a nivel global y penurias económicas. Una verdadera catástrofe. Pero particularmente para los armenios, el 2020 ha sido aún más doloroso. La cruenta guerra desatada por Azerbaiyán en alianza con Turquía dejó un terrible saldo de miles de muertes y territorios perdidos en Artsaj, que ha quedado reducida a un pequeño porcentaje de lo que era antes del comienzo del conflicto bélico. A su vez, generó una crisis política interna en Armenia que aún persiste y un innegable desánimo en los ciudadanos y en toda la Diáspora.


Parece difícil en este instante comenzar a dar vuelta la página. Es algo que tarde o temprano habrá que hacer y sembrar una visión optimista de cara al futuro, teniendo siempre presentes a nuestros héroes que dieron la vida por la patria y en honor a ellos. Desde luego, esto no significa no replantearse lo realizado hasta aquí como nación y evaluar cambios. Es necesario un profundo análisis del manejo del Estado armenio, sobre todo en los últimos 25 años. A la luz de los acontecimientos, pareciera que al menos en torno al conflicto de Artsaj ha habido fallas, sean de orden diplomático o de defensa.


Desde luego, sólo compete a los habitantes de cada país participar de las decisiones de Estado, a través de las autoridades electas democráticamente y de la intervención en las distintas esferas y mecanismos de participación ciudadana. No obstante, como nación global, el entretejido entre Armenia y la Diáspora debe continuar solidificándose aún más, para conveniencia de ambos. El potencial de la Diáspora no está aprovechado en toda su dimensión, y para ello, al margen de la autocrítica que nos cabe, es evidente también que aún no se han encontrado los mecanismos adecuados para una interacción óptima.


El futuro del sistema de organización mundial, de los Estados, y aún incluso de las naciones y las “etnias”, en pleno auge sin pausa de la globalización, es incierto y es un proceso que sólo el devenir de los siglos y las generaciones develará en su transformación, probablemente constante. El ideal de una convivencia pacífica bajo un régimen internacionalista y altruista, con la diversidad cultural como mera nota de color de la formidable capacidad de creación humana durante un período histórico en el que los colectivos permanecían aislados y por eso se forjaron idiomas, escrituras y demás aspectos culturales particulares, es deseable y probable, pero incierto.


Se puede analizar el desarrollo de los sistemas de producción a lo largo de la historia de la humanidad y la formación de sus consecuentes instituciones políticas para garantizar el statu-quo en favor de las clases dominantes, y en base a ello anhelar o teorizar sobre un posible régimen futuro, pero esto no deja de ser una mera especulación; lo único concreto es la realidad actual, un sistema económico capitalista basado en el afán de lucro que se desenvuelve bajo una organización política mundial regida por Estados nación que compiten entre sí, algunos de los cuales pretenden disputarse una supuesta supremacía internacional. En este marco, los déspotas nacionalistas con delirios imperialistas son un grave peligro y verdaderos enemigos de la humanidad. Uno de los ejemplos más hilarantes de ellos es Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, país vecino de Armenia cuyo Estado perpetró el genocidio de un millón y medio de armenios en 1915, y que aún hoy continúa negando. La alucinación expansionista y armamentista de Erdogan está generando caos y conflictos en toda la región. Su proyecto panturquista encuentra un aliado ideal en su aspirante de aprendiz, Ilham Aliyev, otro tirano antidemocrático que gobierna Azerbaiyán, también país vecino de Armenia y con población túrquica. Hace poco, en un desfile militar que compartieron ambos celebrando la “victoria” en la guerra de Artsaj, Aliyev afirmó que Ereván, el lago Seván y Syunik “son territorios históricamente azerbaiyanos”. El delirio de estos personajes nefastos no tiene límites, pero no dejan de ser una amenaza.


Entonces, la aspiración de un mundo justo e igualitario en que se conviva pacíficamente y compartiendo entre todos, suena como utopía, y en la realidad choca con esta clase de siniestros opresores chauvinistas, que lamentablemente son los que, al menos por ahora, prevalecen en el mundo. Hasta tanto no se les acabe el poder a estos autócratas, Armenia debe estar preparada para convivir con vecinos hostiles, es decir, lista para defenderse. Es evidente, y llamativo, que no lo estaba. Fuimos atacados con armas ultramodernas, tecnología de avanzada, drones inteligentes provenientes de Turquía e Israel, y Armenia fue sorprendida.


Otro aspecto que demostró a las claras esta guerra es que no se debe esperar a ningún “padre protector”. No cabe optar entre Rusia, Estados Unidos, Europa o Irán, pretendiendo congraciarse más con uno para no hacer enfadar al otro. Hay que tener una relación seria con todos, sin llegar a ser el “patio trasero” de ninguno. La realidad ha marcado que Armenia cuenta incondicionalmente sólo con la Diáspora, debemos estar preparados para resistir solos, y estamos capacitados para hacerlo.


Las relaciones internacionales en esta etapa histórica capitalista se rigen por intereses y no por caridad o solidaridad. Por ello, Armenia debe convertirse en factor de interés y procurar consolidarse como actor de peso en el plano internacional. Esto es a lo que debemos aspirar. Azerbaiyán cuenta con petróleo y gas. Armenia no tiene estos recursos, altamente solicitados y elementos clave en el capitalismo actual, ni prácticamente nada que sea de provecho para las potencias. ¿Qué apoyo esperábamos? Ahora bien, estos recursos tienen un futuro muy probablemente limitado. Es factible que hacia adelante el mundo paulatinamente deje atrás esas fuentes de energía y se vuelque hacia alternativas renovables, sustentables y no contaminantes. Armenia tiene un altísimo potencial en este plano, sobre todo en materia de energía solar y eólica. Hay que poner especial hincapié en su desarrollo.


El actual territorio de Armenia, que es tan solo una pequeña porción del suelo que los armenios han habitado ancestralmente, tampoco se ha visto favorecido con una salida al mar. Entonces, la opción es muy clara: ciencia y tecnología, que probablemente en un futuro cercano serán la principal fuente de riqueza de las naciones. Y de la mano de ellas, está atada la educación. En ello se debe invertir fuertemente. Estos son los pilares sobre los que debe basarse un nuevo resurgir armenio.


Para convertirse en un actor de peso en el plano internacional, no obstante, no sólo cuenta el poderío económico; también tiene su cuota el “poder blando”, la hegemonía cultural, el arte, el deporte, la comunicación, la tecnología, el cine, los medios. Para ello es imprescindible también el aporte de la Diáspora, teniendo una interacción mayor con Armenia. Debemos estar listos para continuar trabajando en este sentido aún más fuerte que antes, con el apoyo de toda nuestra comunidad. Cada miembro de la Diáspora, teniendo presente sus raíces y desempeñándose con ejemplaridad en su ámbito, desde su especialidad, su profesión, su formación, su negocio, desde sus redes sociales, su trato con el vecino, toda acción por más mínima que parezca, es un enorme y valioso aporte. No hay lugar para bajar los brazos. Hay mucho por hacer y el aporte de cada uno de nosotros, desde la Argentina y toda la Diáspora, es vital.

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