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"Asustadizo como una paloma", el último artículo publicado por Hrant Dink

En la víspera de su muerte, Hrant Dink entregó un artículo que tenía escrito para la revista Radikal, en el que relataba cómo se había convertido en blanco del odio y la constante persecución que sufrían, tanto él como su familia: "Me siento como una paloma en las calles de una gran ciudad, asustadiza y libre al mismo tiempo". "Pero sé que la gente de este país no se atreverían jamás a tocar a una paloma", concluía. Esta nota fue publicada en la revista el 20 de enero de 2007. "Los escritos de Hrant no deben ser propiedad de nadie, son nuestro bien común y patrimonio de la humanidad", manifestó Turquie Européenne y, en esta ocasión, lo compartimos con nuestros lectores.

Por Hrant Dink para Radikal


Para empezar, una sencilla observación: me condenaron a 6 meses por un delito que no cometí, es decir, « insulto a la identidad nacional turca ». Hoy no me queda más opción que la de la Corte Europea de los Derechos Humanos (CEDH). Tenía hasta el 17 de enero para presentar mi recurso ante esta jurisdicción: mis abogados me han pedido, entre otras cosas, redactar, como anexo a mi expediente, una nota relatando el desenlace de los hechos.


Por otra parte, me pareció que podría ser también muy interesante compartir este texto con la opinión pública. Porque a mi juicio, la decisión, en conciencia, de la sociedad turca es tan importante, o más, que la de la jurisdicción europea. Si no me hubiese visto obligado a recurrir al CEDH, tampoco habría sentido la necesidad de exponer ciertos hechos o de expresar mi parecer en la serie de artículos que me dispongo a publicar en Radikal 2. Hubiese podido desde luego guardarme todo esto para mí.


Pero teniendo en cuenta el cariz que ha tomado el asunto, lo mejor es al parecer divulgarlo. La cuestión que todo el mundo se plantea, no solo yo o los armenios, es la siguiente: « ¿Cómo es posible que todos los que han comparecido ante la justicia en virtud al artículo 301 por ‘insultar a la identidad nacional turca’ hayan visto desde las primeras audiencias cómo se iban anulando sus juicios por razones técnicas o jurídicas, y que sin embargo Hrant Dink, haya sido condenado a seis meses de cárcel? »


Los que han quedado impunes


No se trata de una observación trivial o de una cuestión infundada. No olvidemos los giros y volteretas que precedieron al juicio contra Orhan Pamuk. « ¿Qué hacer? ¿Cómo quitarse de encima este asunto? » Para algunos, el proceso no podía comenzar sin la autorización del Ministerio de Justicia. De modo que contactaron al ministro.


Al comprender que se encontraba en el punto de mira, el Ministro de Justicia, bajo presión, se dedicó a noquear a Pamuk lanzándole críticas e instándole a que declarase «que él no había dicho tales cosas».


Al final, tuvo lugar la primera audiencia del juicio de Pamuk. Y Turquía salió globalmente ridiculizada teniendo en cuenta los furibundos ataques que se escucharon en aquella ocasión, de modo que hicieron todo lo posible para evitar que el juicio derivase en la repetición de semejante infamia: el procedimiento judicial se interrumpió por un defecto de forma antes incluso de que Pamuk apelase la decisión del Juez.


El juicio contra Elif Shafak conoció un rumbo parecido. Ya en la primera audiencia, cuya expectativa había generado mucho ruido y temor en el país, anularon el juicio sin que Elif Shafak tuviese que comparecer. Todos podían felicitarse por aquella solución técnica. Y el propio ministro Erdogan, se autorizó de inmediato una llamada telefónica a Elif para expresarle su satisfacción.


Otros juicios de este tipo se pusieron en marcha, principalmente en relación con artículos publicados por colegas periodistas o académicos a partir de la primera conferencia sobre la cuestión armenia.



La pregunta sin respuesta


No vayan a pensar que estoy celoso. Todo lo contrario. Soy precisamente la persona indicada para conocer y empatizar con el sufrimiento que supone un juicio de este tipo; así como las consecuencias de todas las injusticias infligidas a nuestros camaradas expuestos de esa manera.


No se trata en absoluto de celos. Mi problema consiste en saber por qué la preocupación y la atención manifestadas durante estos juicios no tuvieron eco en el caso Hrant Dink.


Por otro lado, nos dimos cuenta de que estas lagunas técnicas conferían una especie de vía de escape al gobierno frente a una UE que reclamaba la abolición del artículo 301: todas estas decisiones podían considerarse ejemplares. El único caso ante el cual el poder turco permaneció mudo ante los responsables europeos fue la condena a Hrant Dink. Cuando se planteó este juicio en virtud del artículo 301, el debate fue engullido por una losa de hormigón.


¿Ya que, en efecto, « cómo puede ser que los juicios contra las personas que fueron arrastradas ante los tribunales en virtud del artículo 301, por haber « insultado a la identidad nacional turca » se anulasen en las primeras audiencias por motivos técnicos o jurídicos, y que Hrant Dink fuese condenado a seis meses de cárcel por un artículo en el que, claramente no había cometido delito alguno? »


El hecho de ser armenio


Así es, ¡necesitamos responder a esta pregunta! Y especialmente yo. Porque, en definitiva, soy ciudadano de este país y pido encarecidamente que se me trate igual que a todos los demás.


Ciertamente he sufrido muchas otras discriminaciones relacionadas con mi identidad armenia. En 1986, durante mi servicio militar en el decimosegundo batallón de infantería de Denizli, todos mis camaradas fueron ascendidos al rango de sargento tras haber prestado juramento en la ceremonia de graduación; tan solo uno siguió siendo soldado raso. Y ese fui yo. Yo era adulto, padre de dos hijos. Tal vez no debería haberme sentido tan molesto por aquel detalle. Al fin y al cabo, también tenía sus ventajas: no me asignaron guardias o misiones delicadas. Pero yo viví muy mal aquella discriminación. Cuando tras la ceremonia todo el mundo disfrutaba de aquel momento de dicha con la familia, no olvidaré que pasé dos horas, solo, apoyado en una maldita choza de chapa metálica, llorando a lágrima viva.


Y las palabras del coronel que me mandó llamar siguen siendo una herida abierta: « no tengas pena. Al más mínimo problema, ven a verme ».


La condena o la absolución en virtud del artículo 301 probablemente no tiene ninguna relación con la atribución de un rango. Por lo que jamás se me oirá decir: « ya que no ellos no han sido condenados, tampoco se me debe condenar a mi »; o lo que es aún peor, lo contrario. Pero debo confesar que, en mi condición de hombre habituado a todo tipo de discriminación, no puedo contener el lógico reflejo de hacer esta pregunta: « el hecho de que yo sea armenio, ¿tuvo que ver algo en esta decisión, sí o no? »


Lo que sé, lo que presiento


Cuando me enfrento a lo que sé y a lo que siento, hay sin lugar a dudas una imagen que puede resumirse en pocas palabras: algunas personas decidieron que de ahora en adelante Hrant Dink se estaba volviendo demasiado incómodo y que convenía darle a conocer sus límites. De modo que pasaron a la acción.


Concibo desde luego que esta tesis se centra demasiado exclusivamente en mi persona y en mi identidad armenia. Se puede decir incluso que exagero. Pero esta es precisamente la imagen que mejor representa lo que percibo… Y los datos de los que dispongo, así como todo lo que siento no me dejan otra opción que esta tesis. Por eso es preferible que les cuente lo que vivo a diario y lo que pasa por mi mente. Después, siéntense libres de juzgar como crean conveniente.


Dibujo: Tan Oral

Me indican mis limites


Voy a empezar por aclarar lo que significa la expresión: « Hrant Dink está de más ». Hrant llevaba tiempo llamando la atención y empezaba a molestarles. Desde que comenzó a publicar Agos a principios de 1996, evocando las dificultades de la comunidad armenia, defendiendo sus derechos y exponiendo sus problemas, y , refiriéndose a la historia, defendiendo posiciones que no estaban en conformidad con las tesis oficiales. Había que admitir que había franqueado muchos límites. Pero la gota que colmó el vaso fue la publicación, el 6 de abril de 2004, de un artículo acerca de Sabiha Gökçen.


En dicho artículo, firmado por Dink, titulado « el secreto de Madame Sabiha » se mencionaba que parientes y el entorno armenio de Sabiha, habían revelado que en realidad Sabiha Gökçen, la hija adoptiva de Kemal, provenía de un orfelinato armenio.


Cuando el periódico más vendido de Turquía, el Hürriyet, se hizo eco de esta noticia el 21 de febrero, citando extractos de Agos, sucedió lo que tenía que suceder y Turquía comenzó a tambalearse sobre sus cimientos. Durante las dos siguientes semanas, todos los editorialistas de Turquía acapararon la noticia y emitieron comentarios positivos o negativos. Se escucharon también diversas declaraciones al respecto. La más importante fue probablemente la que publicó el Estado Mayor del Ejército Turco. La más alta institución militar turca manifestó mediante el citado texto su reacción ante los autores de aquella investigación: « abrir el debate, sea cual sea la intención, en torno a semejante símbolo es un crimen contra la integridad nacional y contra la paz social. » Según ellos, los autores de aquel texto tenían intenciones secretas. Al retirar repentinamente a esta mujer, convertida en mito y símbolo de la mujer turca, el manto de su « esencia turca », estos individuos intentaban crear un seísmo en el corazón de la identidad turca. ¿Quiénes eran esos desequilibrados? ¿Quién era ese Hrant Dink? Era absolutamente necesario mostrarle sus límites.


Invitación a un encuentro oficial


La declaración del Estado Mayor tuvo lugar el 22 de febrero. La escuché en casa frente al televisor. Aquella noche dormí mal. Presentía que iba a suceder algo al día siguiente. Mi experiencia y mi instinto no se podían equivocar. El teléfono sonó por la mañana temprano: era uno de los adjuntos del comisario de Estambul.


En tono severo, me comunicó que me esperaba en comisaria, que llevase todos los documentos relativos a la cuestión.


Cuando le pregunté cuál era el objetivo de aquella reunión, me dijo que se trataba de dialogar y de echar un vistazo a los documentos que tenía en mi posesión.


Llamé a mis amigos periodistas más experimentados para preguntarles cuál podría ser el significado de aquella llamada. « Teniendo en cuenta que este tipo de entrevistas no es habitual, no es un procedimiento legal. Sin embargo, sería prudente aceptar la invitación y aportar los documentos solicitados », me aconsejaron.


Mantenerse en guardia


Seguí sus consejos, cogí los documentos y me presenté ante el adjunto del comisario. Un hombre muy agradable. Cuando me hizo pasar a su despacho, me di cuenta de que había sentadas allí otras dos personas, entre ellas una mujer. Me preguntó cortésmente si aquellas dos personas, que me presentó como gente cercana, podían asistir a nuestra charla, si no veía ningún inconveniente. Teniendo en cuenta la cordialidad reinante, me senté y respondí que no me molestaba en absoluto.


Sin más preámbulos, el funcionario comenzó: « Hrant, me dijo. ¿Es Usted un periodista experimentado? ¿No sería prudente prestar más atención a las noticias que difunde? ¿Qué necesidad tiene de publicar estos artículos? Observe el desorden que ha provocado. Nosotros le conocemos. Pero el ciudadano de a pie, ¿qué sabe? Es capaz de atribuirle por inadvertencia otras intenciones. Observe el documento que tengo entre las manos. El Patriarca armenio nos ha contactado: según ciertos portales de Internet, algunos desequilibrados intentarían montar operaciones que podríamos calificar de terroristas, contra ciertas instituciones de la comunidad armenia. Los hemos vigilado y localizado en Bursa y los hemos entregado a las autoridades judiciales. Las calles están llenas de gente así. ¿No cree que debería tomar en consideración este tipo de advertencias? »


Uno de los dos invitados, el hombre, que no volvería a pronunciarse, se añadió a la conversación iniciada por el adjunto del comisario. Repitió las recomendaciones del adjunto, con un tono aún más tajante. Me aconsejó que tuviese cuidado y que evitase toda iniciativa susceptible de exacerbar la tensión en el país. « De algunos de sus escritos, aunque nosotros no podamos estar de acuerdo con su estilo, podemos deducir que no tiene malas intenciones. Pero no todo el mundo es capaz de advertirlo y puede que usted atraiga hacia sí toda la ira de la sociedad ». Me lo advirtió en repetidas ocasiones.


Me contenté en explicar cuál había sido mi intención. Por un lado, yo era periodista y se trataba de una información que indudablemente estimulaba a todo periodista. Por otro lado, también quería hablar de los que quedaron, de los supervivientes, ¡en vez de resignarme a la práctica habitual de referirse a los armenios únicamente a través de sus muertos! ¡Pero me estaba dando cuenta de que era aún más difícil hablar de los vivos que de los muertos!


Estaba a punto de salir del despacho cuando recordé que ni tan siquiera habían insistido en ojear o recuperar los documentos que había llevado. Antes de entregárselos les pregunté si los querían. Pero teniendo en cuenta lo que habíamos hablado, la razón de mi convocatoria en aquel lugar quedó bastante clara. ¡Debía conocer las líneas que no debía traspasar… ¡Tenía que tener cuidado!… ¡O las cosas saldrían mal!


Dessin : Izel Rozental

En la punta de mira


A decir verdad, lo que vino a continuación no fue nada halagüeño. Tras mi convocatoria en comisaria, los redactores de numerosos periódicos comenzaron a montar una campaña afirmando que yo estaba sembrando hostilidad entre los turcos. Para ello se basaban en una frase extraída de un ensayo que había escrito sobre la cuestión armenia. La sacaron de contexto, la despojaron y transformaron. « En las arterias que los armenios establecerán entre ellos y Armenia, fluye ya una sangre regenerada, despojada de su « esencia turca ».


Tras estas publicaciones, el 26 de febrero, Levent Temiz, presidente del Centro Nacionalista de Estambul, encabezó la marcha de los manifestantes que se dirigieron hasta la puerta del diario Agos con el objetivo de dedicarme eslóganes hostiles y proferir amenazas. La policía estaba al tanto de dicha manifestación y había tomado las medidas necesarias en torno a la sede del periódico. Todas las cadenas de televisión y periódicos habían enviado periodistas. Las consignas del grupo eran muy explícitas: « Turquía, la amas o te largas », « Maldito sea el ASALA », « Podemos aparecer a cualquier hora de la noche ». En la alocución de Levent Temiz el objetivo quedaba al descubierto: « Hrant Dink es a partir de hoy el blanco de nuestra ira y de nuestro odio. Él es nuestro objetivo ».


La concentración finalizó. Pero en los días sucesivos ninguna cadena de televisión (salvo Kanal 7) ni ningún diario (exceptuando Özgür Gündem) informó sobre lo sucedido. Es evidente que el mando que manipuló al grupo nacionalista ante la sede de Agos consiguió acallar -exceptuando dos medios- la difusión de aquellas imágenes y eslóganes tan poco alentadores.


En el umbral del peligro


Una manifestación similar tuvo lugar días después a instancias de una supuesta « Federación para combatir las tesis armenias sin fundamento ». A continuación, entraron en escena abogados desconocidos hasta la fecha, tales como Kemal Kerinçsiz y su « Unión de Grandes Juristas ».


Kerinçsiz y sus amigos presentaron una denuncia contra mí ante el fiscal de Şişli (Estambul), queja que sirvió para acelerar los juicios en virtud del artículo 301, que ya habían empañado la respetabilidad de Turquía. En lo que a mí se refiere, en aquel momento comenzó un nuevo y difícil proceso.


En resumen, una especie de rutina: a lo largo de toda mi vida no he dejado de rondar, de sentirme atraído por el riesgo y el peligro. ¿O serán ellos quizás los que no han cesado de solicitarme? Sea como fuere, aquí estoy de nuevo al borde del precipicio, con gente pisándome los talones una vez más. Los podía sentir, podía adivinar su presencia. Y sabía perfectamente que no eran tan comunes y corrientes y tan visibles como la modesta tropa de Kerinçsiz.


Bastaba con leer para comprender


Cuando el fiscal Şişli comenzó a investigar la causa abierta contra mí por « insulto a la identidad turca », yo no estaba preocupado. No era la primera vez. Había tenido ya la ocasión de familiarizarme con un proceso similar en Urfa. Me juzgaron por la misma razón a consecuencia de un discurso que pronuncié en Urfa en 2002 en el que había declarado « no ser turco… sino ciudadano de Turquía y armenio ».


De hecho, no tenía noticias del curso del juicio. No me interesaba, dejaba que mis amigos abogados se ocupasen de las audiencias en mi ausencia.


De modo que acudí a declarar ante el fiscal de Şişli muy sereno. Contaba con la evidencia de las frases que había escrito. Y en la transparencia de mis intenciones. Al analizar mi texto en su integridad el fiscal comprendería rápidamente, que dejando de lado la frase sacada de contexto, que no significaba nada en sí misma, resultaba obvio que yo no tenía ninguna intención de « insultar a la identidad nacional turca » De tal manera que la comedia terminaría rápidamente. Estaba convencido de que al término de la investigación no habría juicio.


Pero para mi sorpresa, el juicio comenzó.


Seguro de mí mismo


Esto no significa que hubiese perdido el optimismo. Tanto es así que en un plató televisivo recomendé a Kerinçsiz que no se alegrara demasiado, « que no me condenarían en aquel juicio y que, si al final lo hacían, entonces abandonaría el país ». Estaba convencido de ello. Mi artículo no tenía la intención de insultar a nadie, y menos aún a la identidad turca. Cualquiera que se tomara la molestia de leerlo en su integridad lo comprendería fácilmente. De hecho, el equipo de expertos compuesto por tres docentes de la Universidad de Estambul lo dejó claro en el informe que emitieron al tribunal. No había ninguna razón para preocuparse, el proceso judicial se toparía en algún momento u otro con este malentendido.


Pero no, no sucedió. El fiscal pidió mi condena a pesar del informe de los expertos. Y el juez me dictaminó una pena de seis meses de prisión (condicional).


Cuando escuché la sentencia, me vi atrapado por todas aquellas esperanzas que había alimentado en vano durante los seis meses que había durado el proceso. Me encontraba en estado de shock… Mi decepción y mi revuelta habían llegado al límite.


Durante meses había aguantado diciéndome por lo bajo: « que se pronuncie por fin el veredicto y que me absuelvan. Entonces os arrepentiréis de todo lo que habéis dicho ». En cada audiencia repetían que me había referido a la « sangre turca como a una sangre envenenada ». En la televisión, en los periódicos. Iban alentando mi reputación de enemigo de los turcos. Los fascistas me agredían en los pasillos de los tribunales con insultos racistas de todo tipo. Me asfixiaban con pancartas plagadas de improperios. Y cada día llegaban centenares de llamadas telefónicas, correos electrónicos, cartas amenazadoras. Resistía a base de paciencia y me aferraba a la perspectiva de una absolución. Sea como fuera, cuando la justicia emitiese su veredicto, la verdad afloraría y toda esa gente se avergonzaría de sus actos.


Una sola arma: mi franqueza


Pero cuando el fallo se hizo público, todas mis esperanzas se esfumaron. Se trataba de una situación incomodísima para un ser humano. El juez había dictado sentencia en nombre de la nación turca, avalando de ese modo el hecho de que yo había insultado a la nación turca. Podía soportar muchas cosas. Pero esta jamás.


En mi opinión, el desprecio o el insulto en boca de un hombre dirigido a sus conciudadanos, únicamente por razones de diferencia étnica o religiosa, no es más que puro racismo: un comportamiento inaceptable para mí, imperdonable. Así fue como respondí a los amigos periodistas que vinieron a comprobar si reafirmaba aquello que había dicho sobre un posible exilio: « Tengo la intención de servirme de mis abogados. Apelaré. Y si es preciso acudiré al Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Si no me absuelven, entonces abandonaré el país. Porque en mi opinión, una persona condenada por haber insultado a sus conciudadanos no tiene derecho a vivir con ellos ». Como en cada ocasión, al pronunciar estas palabras, no pude contener mi emoción. Mi única arma, mi franqueza.


Humor negro


Pero fíjense en lo que vino después: el mismo poder obstinado que había se había esmerado en aislarme y en convertirme en blanco de los turcos, decidió en aquel momento utilizar la misma declaración para abrir un nuevo juicio alegando que intentaba influir en la justicia. Toda la prensa del país se hizo eco de mi declaración. Pero atacaron a Agos: los responsables de Agos, y un servidor, nos vimos procesados por haber intentado influir en la decisión del juez.


Debe ser esto lo que llamamos humor negro. Soy el acusado de un pleito; ¿quién podría tener, al margen del acusado, potestad para intentar influir en la decisión del juez?


¿Pero están viendo este gran circo?, es decir, acusan al imputado de intentar influir en la decisión del juez.


«En nombre del estado turco»


Debo confesar que la confianza que tenía depositada en las leyes y en el sistema judicial de mi país disminuyó considerablemente. Esto significaba que, contrariamente a lo que puedan pretender numerosos políticos y hombres de estado, la justicia no es tan independiente. El juez no protege al ciudadano. Tiene por misión preservar al Estado.


Podemos desde luego pensar que lo hace en nombre de la nación. Pero en lo que se refiere a mi caso, la decisión de la justicia defendía únicamente los intereses de la nación. Por consiguiente, apelaría, pero ¿qué me garantizaba que las fuerzas que habían decidido reducirme al silencio no tendrían la misma influencia allá en Ankara? ¿No era precisamente este Tribunal de Apelación el que había emitido decisiones absolutamente criticables, en particular en lo que se refiere a los derechos de propiedad de las minorías no musulmanas?


A pesar de los esfuerzos del Fiscal General


Así que apelamos. ¿Y qué sucedió?


El Fiscal General del Tribunal de Apelación llegó a las mismas conclusiones que los expertos de Estambul: pidió la absolución. Pero el Tribunal de Apelación me condenó de nuevo. Así como yo estaba seguro de lo que había dicho, el Fiscal también estaba convencido de lo que había comprendido, de modo que se opuso a esta decisión y llevó el caso ante la Sala Principal del Tribunal de Apelación. .


¿Pero qué puedo decir? Este poder que se había dedicado de lleno a ponerme obstáculos y que probablemente había influido en mi contra mediante métodos que me resultaban desconocidos, es decir, este poder salía de nuevo a la luz. Y al final, la Sala General del Tribunal de Apelación, en mayoría, me declaró culpable de « insultar a la identidad turca »



Como una paloma


Quedó muy claro que quienes que se esforzaron en amedrentarme, en aislarme, habían logrado su objetivo. A partir de aquel instante, mediante la nauseabunda desinformación con la que habían inundado la opinión publica, lograron reunir una cantidad de gente nada desdeñable que veía en Hrant Dink al hombre que « insultaba a la identidad turca ». Los discos de mi ordenador están saturados de frases cargadas de odio y de amenazas.


[Una de esas cartas fue enviada desde Bursa: la transmití al Tribunal de Şişli porque me pareció muy amenazadora. Sigo sin obtener respuesta].


¿Cuántas de esas amenazas son auténticas, cuántas imaginarias? Me resulta imposible saberlo. Para mí la principal amenaza, la más insoportable, es la tortura psicológica que me inflijo a mí mismo. Lo que me corroe por dentro es saber lo que piensa esa gente de mí. Qué lástima que ahora sea mucho más conocido que en el pasado, que perciba tan bien las miradas que me lanzan: « mira, ese de ahí, ¿no es armenio?« . Y yo, en un acto reflejo, empiezo a torturarme de nuevo. Esta tortura tiene dos matices: la curiosidad y la preocupación. Por un lado, el interés, por otro el miedo. Exactamente como una paloma… Casi como una de ellas, me mantengo al acecho, observo, a derecha, a izquierda, detrás o delante. Mi cabeza está tan agitada como la suya. Y dispuesta a girarse en un abrir y cerrar de ojos.


¡Ustedes, señores Ministros!


¿Qué dijo el Ministro de Asuntos Exteriores, Abdullah Gül? ¿Qué dijo su homólogo de Justicia? « No exageremos la repercusión del artículo 301. ¿Han encarcelado a alguien por eso? »


Como si la prisión fuese el único castigo. Miren, les doy un ejemplo… ¿Venga, observen con atención… Aprisionan a un hombre en el miedo constante de la paloma, ¿son capaces ustedes señores Ministros, de sentir verdadero dolor? ¿Han observado alguna vez a una paloma? Lo que estamos viviendo mi familia y yo no es nada fácil. He pensado seriamente en abandonar el país. Sobre todo, cuando las amenazas apuntaban también a mis allegados. En cada ocasión, en situaciones de este tipo, me he sentido indefenso.


Hubiese podido optar por defender mi posición, pero no podía arriesgarme a poner en peligro la vida de mis seres queridos.


Hubiese podido ser mi propio héroe, pero no habría podido jugar al héroe poniendo en peligro la vida de alguien.


Y en esos momentos de pesadumbre, reunía a mis hijos, a mi familia. Me refugiaba en su compañía. Ellos confiaban en mí, contaban conmigo. Dondequiera que fuese, me habrían seguido. Tanto si me quedaba como si me iba, siempre estarían a mi lado.


Quedarse y resistir


¿Bien, marcharme, pero a dónde? ¿A Armenia? ¿Alguien como yo, que no soporta la injusticia, cómo podría aguantar la que reina al otro lado de la frontera? ¿No correría más riesgos allá que aquí? Vivir en Occidente no iba conmigo. Marcharme para tres días y plantearme regresar al cuarto no era una solución viable para alguien como yo, tan apegado a su país. ¿Qué habría hecho yo en aquellos países?


¡El sosiego me habría aniquilado! Y, sobre todo, pasar de un infierno palpitante a un paraíso demasiado tranquilo no convendría a un temperamento como el mío. Pertenezco a esa raza de hombres que esperan que el infierno se convierta en paraíso.


Quedarme a vivir en Turquía es por un lado nuestra voluntad, pero es también una señal de respeto hacia nuestros amigos, hacia nuestros compañeros y hacia aquellos que no conocemos, que nos apoyan y que luchan por la democracia en Turquía. Por lo tanto, nos quedaríamos y lucharíamos. Pero si un día nos viésemos obligados a partir…Entonces, como en 1915, nos pondríamos en camino… Como nuestros ancestros… Sin saber realmente a dónde ir… A pie, por los caminos que marcasen nuestros pasos… en el dolor y en la pesadumbre…


Entonces abandonaríamos nuestro país. Guiados no ya por nuestros corazones sino por nuestros pies… O lo que sea…


Asustadizo y libre


Espero sinceramente que nunca tengamos que experimentar semejante partida. De hecho, tenemos esperanzas y motivos suficientes como para desestimar algo así. He presentado hoy una reclamación ante el Tribunal de Estrasburgo. No sé cuántos años más va a durar esta historia. Lo que sí sé y me tranquiliza hasta cierto punto es que seguiré viviendo en Turquía hasta que acabe el juicio. Si dictasen un fallo en mi favor obviamente sería una inmensa alegría. Significaría que no tendría que abandonar el país.


El 2007 se presenta aún más complicado que los anteriores. Los juicios continuarán. Otros comenzarán. ¿Quién sabe cuántas otras injusticias tendré que afrontar? Pero al mismo tiempo, esta realidad será mi única garantía: sí, percibo la preocupación y la angustia de una paloma, pero yo sé que en este país la gente no toca a las palomas.


Las palomas pueden vivir en el corazón de las ciudades, al calor de las multitudes.

¡No sin temor, desde luego, ¡pero en plena libertad!


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Fuente: Kedistan

Traducido por Maite a partir de la versión francesa de Marillac



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