El periodista argentino que viajó en busca de armenios ocultos en Turquía oriental
- Redacción NOR SEVAN
- hace 2 días
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Nacido en Siria y radicado en Buenos Aires desde que tenía un año, Avedís Hadjian recorrió tres veces las tierras históricas de sus ancestros, entre 2011 y 2014.
El encuentro lleno de miedos y desconfianza con sus compatriotas, mayoritariamente islamizados a partir del Genocidio de 1915.

Por Cristian Sirouyan
Nota publicada en "Clarin digital", el domingo 25/5/25
En la interminable foja de cada uno de sus largos periplos transocéanicos -desde Argentina hasta Italia, de la Costa Este de Estados Unidos a Medio Oriente o del norte de África al sudeste asiático-, el periodista argentino Avedís “Avo” Hadjian -nacido en Alepo, Siria, en 1968 y radicado aquí poco después de haber cumplido un año- vislumbraba el gran viaje que quería concretar desde su infancia enmarcada por las calles empedradas de Palermo Viejo.
Una suerte de deber moral lo empujaba bien lejos de su país de adopción. El destino final de ese sueño postergado sería Turquía oriental, la tierra árida y montañosa que históricamente habían habitado sus ancestros armenios.
Precavido y, a la vez, audaz, Hadjian se encargó de estudiar bien el terreno a distancia, hasta que en 2011 dio el primer gran paso, inspirado en los relatos que Alexandre Beningsen y Chantal Lemercier-Quelquejay volcaron en el libro “Los musulmanes olvidados”, una pieza de colección que había descubierto al azar en la biblioteca del periodista del diario La Nación Narciso Binayan Carmona, en su departamento de Buenos Aires. Así llegó de Estambul a Dersim, donde detectó la presencia la existencia de armenios ocultos, bajo el manto del miedo y la islamización forzada.

En este caso, Hadjian iba convencido de la supervivencia de sus hermanos de sangre en una tierra arrasada. Quería detectar las últimas señales de un pueblo cristiano que había sido literalmente borrado de los mapas de la región después del Genocidio cometido por el Imperio Otomano a principios del siglo XX.
“Uno de los disparadores de mi investigación fue el desencanto que sentía con la feroz asimilación que afecta a la diáspora armenia y quería entusiasmarme descubriendo vida armenia en los territorios que reclamamos como propios, un poco de esperanza en una tierra donde nos exterminaron casi por completo”, pone en contexto Hadjian durante la presentación de su libro “Nación secreta. Los armenios ocultos de Turquía” en la reciente Feria del Libro de Buenos Aires.
Objetivo cumplido
Al cabo de tres experiencias en las provincias más postergadas de Turquía -regresó allí en 2013 y 2014-, Hadjian pudo cumplir con su objetivo. Siempre a media voz o por susurros casi imperceptibles tomó contacto con decenas de armenios islamizados o audaces campesinos que admitían ante el forastero su formación cristiana.
Para eso tuvo que lidiar con más de un contratiempo, a veces transformados en situaciones límite. Uno de esos momentos de máxima tensión se produjo cuando estuvo cara a cara con pobladores de Trabizonda, a orillas del mar Negro, que desconfiaban de sus intenciones. Allí tampoco lo salvó la recurrente estrategia de presentarse como “argentino”.

“Esperaba que todo se calmara y me hablaran de Maradona y Messi, pero reaccionaron con 'ah, ustedes son esos malditos que tiraron las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki´", recuerda Hadjian sobre una libre interpretación de América como un todo, de punta a punta.
A Hadjian le esperaba el peor trance en Ardalá: “Un nido de fascismo turco antiarmenio, lleno de militantes del grupo Lobos Grises, donde pensé que no salía vivo". En esa aldea montañosa recibió la mayor catarata de insultos soeces y racistas, antes de bajar a las corridas de una colina y salvar su pellejo con la llegada providencial de una camioneta de la policía rural.
A su paso, Hadlian se encontró con una larga serie de pueblos minoritarios desplazados del primer plano por la multitudinaria presencia de turcos y kurdos, cuyos reclamos territoriales se superponen con ese capítulo esencial de la Cuestión Armenia. La secuencia arrancó con los horom -armenios calcedónicos que pasaron de su Iglesia al credo ortodoxo griego y hoy se muestran islamizados, aunque conservan su liturgia en idioma armenio- y se fue ampliando a través de cruces inesperados con poshás -gitanos armenios-, asirios, árabes, judíos, alevíes, paulicianos, zazas, laz y hamshén.

“En el caso de los armenios islamizados, no necesariamente tienen un rito secreto sino que simplemente no se animan a decir que son armenios en voz alta porque están rodeados de ultranacionalistas turcos, que les hacen la vida difícil”, justifica Hadjian, a más de tres décadas de haber iniciado su carrera profesional en los diarios La Prensa y La Nación. Esa etapa formativa fue su plataforma para extender su currículum trabajando en Bloomberg News, la agencia EFE, CNN, Wall Street Journal, Oriental Jurnal, Le Monde Diplomatique, Los Angeles Times y The Christian Science Monitor.
Una tarea para nada sencilla
Las situaciones más complicadas que soportó en Turquía forzaron a Hadjian a volver a las apuradas, una y otra vez, a puerto seguro. Pero también allí, en la añorada tierra de sus antepasados, los armenios que se animan a revelar a medias su origen le proporcionaron parte de las vivencias más emotivas que acumula en sus 57 años.

“En la aldea Xigobá, cerca de Hopa, me conmovió, sobre todo, escuchar a un anciano de 102 años hablando perfecto homshentsnag, un dialecto de los armenios de la región de Hamshén, preservado desde el siglo VIII. Era como escuchar en mi casa a mis propios abuelos, padres y hermanos”, rescata Hadjian una de las joyas que parece guardar como tesoro invaluable en su memoria.
Dispuesto a probar todos los bocados agridulces que aparecieran en su camino, en Dikranaguerd -un pueblo fundado en el siglo I antes de Cristo por el rey armenio Dikran II "El Grande"-, Hadjian visitó la casa de una amiga armenia y casada con un arquitecto turco en un entorno predominantemente kurdo.
"Ese hombre se ocupaba de recuperar antiguas mezquitas y, en una de ellas, mientras restauraba el minarete, descubrió imágenes de Cristo y de ángeles esculpidos sobre la pared. Aunque tenía gran respeto por los armenios y admitía la realidad del Genocidio me dijo: 'eso lo metieron de contrabando los tuyos, mientras nosotros mandábamos a nuestros soldados a las fronteras para conquistar nuevas tierras", describe Hadjian sobre ese cruce inesperado con un montañés instruido, levemente hosco pero hospitalario.
Entre las asignaturas pendientes, Hadjian remarca el paso en falso que dio en Hadjín. Antes de poner pie allí se comunicó con cinco familias armenias de perfil extremadamente bajo, pero, una vez arribado a ese pueblo, nadie lo quiso recibir. Como un coletazo sin fin de la violenta asimilación, este hombre perseverante también se vio resignado a aceptar que "hay quienes son armenios y no lo saben, porque, para protegerlos, sus antepasados no se lo quisieron contar".
A la distancia, reposado en la serena perspectiva que le brinda su hogar italiano, Hadjian sigue dispuesto a hurgar las piezas esenciales de su identidad armenia en su Madre Patria o en los rincones más recónditos de la diáspora armenia. El resultado final es el mayor enigma.
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