La integridad de Armenia está en peligro: ¿Qué hacemos?
En este momento crucial, Armenia y su pueblo necesitan de la unidad para encontrar juntos los caminos que nos conduzcan a superar esta profunda crisis.
Por Adrián Lomlomdjian
La mayoría de nosotros, segunda-tercera-cuarta generación de integrantes de las comunidades armenias asentadas en nuestros países de nacimiento y vida, seguimos fuertemente vinculados a aquello que denominamos armenidad y en la que incluimos, por supuesto, a Armenia, Artsaj y nuestros territorios ancestrales, como así también nuestra historia, costumbres, idioma, cultura, tradiciones, gastronomía y la iglesia armenia.
Todo lo enumerado forma parte de nuestra cotidianidad, no de manera exclusiva, pero si compartiendo el día a día con nuestras ocupaciones y preocupaciones. Porque lo armenio no es algo más en nuestra vida, sino una parte importante de ella, una parte constitutiva de nuestra identidad y nuestra personalidad, que muchas veces delinea y hasta define nuestro posicionamiento sobre tal o cual cuestión, y nuestro accionar.
A Armenia la añoramos a cada segundo. Y sin dejar de estar acá, siempre queremos estar allá. Nos emocionamos y la disfrutamos tan sólo nombrándola, pero nos duele todo cuando sabemos de su sufrimiento y nos vemos tan, pero tan lejos…
Nos acostumbramos a no estar, pero nunca nos acostumbraremos a no ser parte de ella, de su mundo y de su gente, aunque permanezcamos acá por generaciones y nos sintamos al mismo tiempo muy argentinos y muy latinoamericanos.
Armenia es eso. Y mucho más que eso es lo que genera en cada uno de nosotros, seamos concientes o no, lo hayamos asumido o no.
Por eso, conocerla, saber bien su historia, entender su presente y acompañar aportando a proyectar su futuro, no desde nosotros sino desde ella misma, desde sus intereses y necesidades, es una de las tareas primordiales que debemos asumir aquí, desde cada una de nuestras instituciones y, principalmente, desde los establecimientos educaciones comunitarios, allí donde las y los más pequeños, luego adolescentes, comienzan a relacionarse a diario con lo armenio.
Estamos atravesando un momento en el cual las nuevas generaciones no sólo se suman a la conducción de nuestras organizaciones, sino que se transforman en verdaderos protagonistas de los distintos frentes de trabajo y actividad con los que se sostiene la estructura comunitaria.
Y estas nuevas generaciones, si bien de manera natural adoptan los reclamos del pasado como propios y los hacen perdurar en el tiempo, también comprenden que el exclusivismo dominante en cierta etapa -que sirvió para mantener y engrandecer el colectivo comunitario- ya no es ni tiene el significado de antaño. Por eso, lo hacen desde otra perspectiva y apuntando hacia espacios distintos a los que heredaron de nuestras generaciones pasadas, pero sin perder jamás la esencia ni poniendo en duda la legitimidad de cada reclamo o reivindicación. En ellos, en sus mensajes, en su hacer cotidiano, hay pasado, pero hay mucho más presente y futuro.
Como colectivo comunitario son muchas las cuestiones que debemos abordar y también los cuestionamientos a los que debemos hacerles frente. Y así como le pedimos “al otro” tener la conciencia, la honestidad y la madurez suficientes para enfrentar “el pasado”, debemos hacer lo mismo con la parte que nos toca a nosotros, individual y colectivamente. No sólo sobre el pasado histórico, del que no fuimos contemporáneos ni protagonistas -pero del que sí somos herederos y consecuencia directa-, sino también de ese otro pasado relativamente cercano del que fuimos parte junto a nuestros padres y abuelos, y de este presente que nos tiene como actores en distintos roles.
Comprender este momento, transitarlo buscando respuestas -que no siempre llegan- y superar los desafíos que la vida, la actividad y el hacer (bien o mal) nos van poniendo enfrente, son algunas de esas cuestiones ineludibles que debemos abordar de manera conjunta.
Desde lo personal, creo que para la armenidad este es otro momento crucial en su milenaria historia, ya que nuevamente están en peligro la existencia del Estado nacional y la supervivencia misma del pueblo armenio.
Es cierto, estamos lejos, muy, y quizá creemos que mucho no podemos hacer. Pero sí, siempre hay algo para hacer y después, el devenir de los acontecimientos dirá si fue mucho o poco, si sirvió para algo, si ayudó a superar el mal momento, si sumó al esfuerzo colectivo, si aquello que intentamos y/o logramos tenía que ver con los intereses de Armenia y sus habitantes o fue simplemente algo que hicimos para satisfacer nuestra voluntad.
Hoy, Armenia y quienes la habitan -al igual que Artsaj (Karabaj)-, además de sufrir a diario los problemas socioeconómicos y de vida que nos aquejan a quienes estamos sometidos a los designios de gobiernos que responden al poder financiero y militar del capitalismo internacional, viven en la incertidumbre permanente: no saben si en cualquier momento estalla una nueva guerra o un nuevo ataque sobre el pueblo de Artsaj, o si los mandamases turcos y azerbaiyanos logran convencer a sus otros aliados y dan rienda suelta al cumplimiento de su proyecto de dominación -el panturquismo-, con el peligro latente -para los pueblos de la región-, de ser víctimas de genocidio a manos del gobierno fascista de Turquía y sus socios.
Por eso, y más allá de nuestros posicionamientos político-partidarios, debemos aunar criterios y sumar voluntades, ante todo, para que se mantenga la paz, en defensa de la integridad y la soberanía de Armenia y Artsaj, y para hacer cumplir los legítimos derechos que le asisten al pueblo armenio en sus territorios históricos.
Claro que esta posición no debe ser en desmedro de los intereses de los otros pueblos ni de los otros Estados, sino buscando las formas adecuadas que permitan, primero, establecer la buena vecindad, luego la cooperación y la solidaridad mutuas, después la convivencia fraterna y quizá así sigamos avanzando -con el paso de los años y las décadas- hasta llegar a la elaboración de proyectos comunes y beneficiosos para todos los pueblos de la región.
No es fácil educar y preparar a los pueblos para la paz, en medio de un clima internacional dominado por los mercaderes de la muerte y la destrucción, para quienes la guerra es un negocio que va desde la venta de armas, pasando por los “millonarios préstamos”, hasta la reconstrucción de los “destruido”.
Pero debemos hacerlo, tenemos que formarnos y formar a las nuevas generaciones en la paz, en el respeto a la plena vigencia de los derechos humanos universales, ya sean individuales o de cada colectivo en particular.
Debemos ir a la historia para aprender de los aciertos y de los errores, de los éxitos y de los fracasos, propios y ajenos. Y tratar de no repetir fórmulas que en el pasado no ayudaron a superar resquemores, confrontaciones ni disputas. Tenemos que ser capaces de no olvidar lo sucedido, de mantener la memoria activa y los legítimos reclamos, pero entendiendo que el mundo (y nosotros, con él) seguimos andando y “mucha agua corrió debajo del puente”.
“Soluciones nuevas a cuestiones viejas”, escuché decir una vez y creo que por ahí pasa la cuestión.
El actual gobierno de Armenia -simpaticemos con él o no, eso es decisión de cada uno y cada una- está afrontando, desde la dirección del Estado, una etapa trascendente de nuestra historia. Lo mismo sucede, desde otros lugares, para la oposición política y para la sociedad en general, incluidas las colectividades de la diáspora.
En lo que respecta a nosotros, nos toca decidir qué y cómo lo hacemos, si seguimos gritando nuestras verdades cada quien por su lado o si nos ponemos todos juntos a pensar qué pasó, por qué y cuál es la salida o el principio de solución, teniendo en claro que no es lo que a nosotros nos guste o nos parezca, sino lo que podamos lograr desde donde estamos y en las condiciones actuales de las relaciones internacionales y de las confrontaciones inter-bloques a escala mundial.
Nada hará cambiar mi pensamiento personal sobre Pashinian y el rol de su gobierno durante los últimos cuatro años. Tampoco sobre lo que hicieron Ter Petrosian, Kocharian y Sargsian durante sus administraciones. En estos cuatro apellidos podemos centrar el fracaso rotundo que significó la Tercera República de Armenia, que nació como heredera de una República poderosa y con un Estado sólido como lo era la Armenia Soviética, y llegó hasta nuestros días así, rodeada de incertidumbres respecto a su integridad territorial y a la existencia misma de su pueblo.
Pero hoy, lo prioritario, es reflexionar colectivamente sobre las cuestiones fundamentales y tratar que gran parte de la armenidad haga lo mismo, poniendo en un segundo plano otras, que no dejan de ser importantes, pero que pierden un poco de fuerza ante la trascendencia de aquellas que hacen a la seguridad y la existencia misma de Armenia y Artsaj.
En el próximo escrito comenzaré a reflexionar públicamente sobre esas cuestiones trascendentes para Armenia como lo son, a mi entender:
-las relaciones estratégicas con Rusia en el marco de las relaciones internacionales;
-delimitar y demarcar las fronteras con Azerbaiyán;
-establecer relaciones diplomáticas con Azerbaiyán y Turquía, sin que ello condicione nuestros legítimos reclamos ni los derechos del pueblo armenio;
-definir el estatus de Artsaj;
-rol de las comunidades de la diáspora.
En sucesivas notas abordaré cada una de estas cuestiones y seguramente otras que se desprenden de ellas, con la sana intención de sumar esta opinión a otras que ya circulan a nivel local e internacional, generando un intercambio de ideas que sea beneficioso desde lo colectivo y nos permita aportar nuestro granito de arena en este difícil momento que vive la armenidad.
Excelentes reflexiones Colo djan! Espero con impaciencia leer lo que sigue!