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La República de Armenia, de 1918 a 2022

A pesar del negacionismo existente en algunos sectores minoritarios de la armenidad, resulta absurdo hablar de la continuidad de la república obviando el período principal de su desarrollo y fortalecimiento, que fue entre Noviembre de 1920 y Septiembre de 1991.

Las máximas autoridades de Armenia rinden tributo a los heroes de la Batalla de Sardarabad, en el Complejo Memorial construido en los campos de batalla de aquella gesta. De izq. a der.: Vahagn Jachadurian, presidente de la República de Armenia; Nikol Pashinian, primer ministro, y Alen Simonian, presidente del Parlamento

Por Adrián Lomlomdjian


El 28 de mayo de cumplió el 104° aniversario del nacimiento de la República de Armenia. Si bien se dio en condiciones por demás complejas y desfavorables para el pueblo armenio, con un gobierno débil, contradictorio -por las características naturales de los partidos dominantes- y condicionado a cumplir los intereses de Turquía y las potencias occidentales (a los que respondió de manera casi que sumisa), significó la posibilidad concreta de volver a agrupar a gran parte de los armenios en un hogar nacional propio, con un Estado que los representara, protegiera y organizara el futuro colectivo de la armenidad.


El camino de nuestro pueblo hacia la independencia ha sido difícil y complicado. Armenia, que ha tenido una existencia estatal milenaria, se ha visto privada de su independencia durante siglos, sometida a incursiones e invasiones hostiles; pero siempre hemos acariciado el anhelado sueño de la independencia y el Estado, que hicimos realidad el 28 de mayo de 1918”, dijo en su mensaje oficial el actual presidente de Armenia, Vahagn Jachadurian, agregando que “una cosa está clara: la primera República, la Armenia soviética y el camino de la Armenia actual son nuestra historia, y no solo debemos estudiarla, sino también aprender lecciones de ella”.


Para el primer ministro Nikol Pashinian, el 28 de mayo “celebramos uno de los acontecimientos más importantes de nuestra historia”, porque “tuvimos un Estado después de un intervalo de más de 500 años”.

Según el actual hombre fuerte de la política nacional armenia “el Estado, la independencia y la soberanía ya forman parte inseparable de nuestra propia conciencia nacional”, por lo que “el Estado y la existencia estatal deberán ser objeto de nuestro trabajo, nuestra sensibilidad y nuestro respeto cotidianos, y la paz será el marco dentro del cual el concepto de Estado, recibido de los padres fundadores de la primera República, deberá transmitirse a las nuevas generaciones”.


Dicho todo esto, la primera reflexión que a uno le nace es que sería más que sensato y honesto, que tanto el gobierno como los partidos de la oposición parlamentaria y extraparlamentaria que encabezan las actuales protestas, dejaran de utilizar palabras como Estado, independencia y soberanía -junto a las adjetivaciones grandilocuentes que generalmente las acompañan-, para esconder, encubrir o justificar las políticas antinacionales y antipopulares que vienen aplicando desde hace tres décadas, más exactamente, desde la derrota de la URSS, su desintegración, el nacimiento de la Tercera República de Armenia y la restauración capitalista del 21 de septiembre de 1991.


Esas políticas, llevadas adelante por los sucesivos gobiernos encabezados por Levón Ter Petrosian, Robert Kocharian, Serzh Sargsian y Nikol Pashinian (con el apoyo de coaliciones de gobierno integradas, entre otros, por el Partido Armenia Próspera y la Federación Revolucionaria Armenia-Tashnagtsutiún), significaron la destrucción del poderoso complejo científico-industrial-tecnológico heredado de la Armenia Soviética, como así también de los eficientes sistemas públicos, universales y gratuitos de salud y educación en todos los niveles, generando todo ello un proceso emigratorio de magnitudes impensadas, con un saldo de varios cientos de miles de ciudadanos que abandonaron el país definitivamente.


Como dato ilustrativo vale destacar que, en 1989, la población de Armenia Soviética era cercana a los cuatro millones de habitantes, con un promedio de entre 75-80 mil nacimiento anuales en la década de los ochenta. Hoy, según el último censo, la población de Armenia apenas alcanza los dos millones novecientos mil habitantes y los nacimientos anuales rondan los 25 y 33 mil niños y niñas.

Pero a pesar de que la verdadera historia sobre la creación de la república dista bastante de la fantasía transformada en “relato oficial” por ciertos sectores políticos de la armenidad, el advenimiento del Estado significó para el colectivo nacional armenio no sólo el cumplimiento del sueño y los objetivos de varias generaciones, sino la posibilidad concreta de existir y desarrollarse en suelo patrio.


Porque es sobre los débiles cimientos -pero cimientos al fin- de esa república nacida el 28 de mayo de 1918, que la República Socialista Soviética de Armenia se basó para luego, con el correr de las décadas, alcanzar un vuelo impensado en cuanto a conquistas populares y nacionales, logrando en un período muy corto de tiempo y con una guerra mundial entre medio, niveles de desarrollo casi inexistentes a escala internacional. Un Estado pensado y al servicio de todo el pueblo, que además integraba un Estado plurinacional aún mayor, que garantizó su seguridad y existencia a lo largo de siete décadas.


A pesar de las deformaciones conceptuales y las habituales tergiversaciones históricas -que aquellos que sólo intentan satisfacer sus ansias y objetivos personales y sectoriales pretenden transformar en verdad absoluta, haciendo abstracción de la realidad pasada y presente-, la República de Armenia tiene continuidad en los sistemas gobernantes nacidos en 1918, 1920 y 1991.


Después, cada una y cada uno de nosotros analizará los momentos, los contextos históricos, los logros y los errores, los avances y retrocesos de cada período y hará las valoraciones del caso. Pero negar alguna de las experiencias atravesadas por el pueblo armenio en lo que hace a la construcción de su Estado nacional, menospreciarla o ningunearla con argumentos vanales -cuando existen muchos otros que enriquecerían el debate y el intercambio de ideas-, más que tomar una posición política, significa adoptar como propia las formas utilizadas por los negacionistas que tanto criticamos cuando hacemos referencia a los derechos humanos, en general, y al genocidio armenio, en particular.


Una vez más, como en las últimas décadas (y por supuesto antes, cuando existía la Armenia Soviética), la celebración del 28 de mayo trajo consigo una batería de eslóganes vinculados a la independencia, la libertad, la valentía, el heroísmo y otras tantas cualidades, que sólo parecen ser propiedad de quienes hicieron y hacen del antisovietismo y el anticomunismo su práctica política preferida.


Es como que quienes adherimos a los ideales de una sociedad y un mundo sin explotadores ni opresores, con paz y hermandad entre los pueblos, basada en la solidaridad y la cooperación mutua en favor de los intereses de todos y todas, no queremos la libertad ni la independencia. Resulta un absurdo total seguir sosteniendo esta idea falsa y repetirla en el tiempo.


Que quede claro: Sí, queremos la libertad y la independencia del ser humano, de la clase trabajadora, de todos y todas quienes sufren -sufrimos- la explotación y la opresión de los que viven a costa del hambre y la miseria de las mayorías.


No vamos a entrar en este debate, pero debemos señalar que estamos dispuestos a intercambiar ideas con quiénes quieran hacerlo, a fin de analizar cuándo fueron más libres e independientes Armenia y sus ciudadanos, si durante los 70 años de socialismo, integrando la Unión Soviética, o antes y después de esa experiencia, cuando estuvieron y están sometidos a los designios de las potencias occidentales y de los organismos financieros internacionales.


El 28 de Mayo de 1918, como el 29 de Noviembre de 1920 o el 21 de Septiembre de 1991, no son propiedad de ningún sector político ni partidario de la armenidad, sino que pertenecen a la experiencia histórica colectiva de todo un pueblo, buscando preservar legítimamente todo aquello que hace a su identidad nacional a través de la existencia de una formación estatal propia que lo garantice. Pero ese Estado, heredado de la época que trajo el nacimiento de los Estados-nación como respuesta a la desintegración de los imperios dominantes en los siglos anteriores, deberá adaptarse a los nuevos tiempos y comenzar a desandar el camino del plurinacionalismo, como alternativa capaz de garantizar su continuidad en el tiempo y la reciprocidad con los aquellos otros Estados que incluyen a los descendientes de armenios y permiten allí el libre desarrollo de los valores que hacen a nuestra identidad nacional.

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