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Reflexiones de un conflicto que traspasa los límites del Cáucaso

Cinco puntos acerca de la escalada bélica en la región de Artsaj (Nagorno-Karabaj), que comenzó el pasado 27 de septiembre y que continúa latente.


Por Gabriel Sivinian


En la madrugada del 27 de septiembre comenzó una nueva etapa en el conflicto en torno a Artsaj. El Ejército azerí arremetió y avanzó sobre los territorios de Karabagh, bombardeando posiciones militares y civiles. Esto provocó la resistencia y reacción tanto de Artsaj como de Armenia y una escalada bélica en la región sin precedentes en las últimas dos décadas. En las Repúblicas de Armenia y en Artsaj se declaró la ley marcial y la movilización general. Azerbaiyán, que cuenta con la complicidad político-militar de Turquía, decretó la ley marcial y el toque de queda en varias regiones de su país. Hay miles de muertos y heridos, y daños de todo tipo. El conflicto continúa latente.


El 9 de octubre en Moscú con la mediación del canciller de Rusia, los Ministros de Relaciones Exteriores de Armenia y de Azerbaiyán acordaron un cese de hostilidades en la zona a partir de las 12 del 10 de octubre (hora local). El cese al fuego fue con fines humanitarios para intercambiar prisioneros y cadáveres de acuerdo a los criterios de la Cruz Roja. Además, se acordaron parámetros concretos de cese de hostilidades y la inmutabilidad del formato de negociación.


Cuando el lector acceda a estas líneas la situación en Nagorno Karabaj -denominada Artsaj por los armenios- puede haberse modificado. El carácter vertiginoso de los acontecimientos de las últimas semanas hace prever que así sea.


Por ende, el sentido del artículo escapa a la crónica de los sucesos y se sustenta en puntualizar algunos aspectos que los hechos ponen de manifiesto. No son los únicos ni son novedosos. Va de suyo que conforman una mirada particular y sucinta. Pero remiten a certezas que-para quien escribe-no deberían obviarse.


Un primer punto refiere a la condición de agresor de la República de Azerbaiyán en esta disputa. Esto, con independencia de intentar esclarecer cuál de las partes, en esta oportunidad o en anteriores, ha lanzado el disparo que reiniciara un enfrentamiento que lleva tres décadas. Sucede que el Estado azerí se niega a reconocer el derecho a la autodeterminación del pueblo de Artsaj, que proclamó su República independiente el 10 de diciembre de 1991. Fundamentado en la misma legislación por la cual su pueblo se emancipó de la Unión Soviética, las autoridades de Azerbaiyán hacen caso omiso de esa manifestación soberana, esgrimiendo el principio de integridad territorial. Un contrasentido que no resiste el menor análisis.


Luego viene la cuestión de la ocupación de una porción de su territorio, el corredor de Lachín, principal enlace terrestre entre Armenia y Artsaj, vital para la supervivencia de esta última. Pero esto conforma una consecuencia de la primera determinación azerbaiyana y de las batallas libradas en función de reprimir al pueblo armenio de Artsaj y de la autodefensa ejercida por este último.


Un segundo elemento a tener presente remite a una dimensión emocional y humanitaria; vinculada al orden de las representaciones e ineludible en cualquiera de las acciones sociales. Para los armenios de Nagorno Karabaj, de la República de Armenia y del conjunto de las comunidades dispersas por el mundo no resulta un dato menor que la República de Turquía se encuentre apoyando a Azerbaiyán, no ya a través de declaraciones sino por medio de hechos concretos. Las maniobras militares conjuntas, el abastecimiento de información y de armas, las denuncias sobre el traslado de mercenarios desde el Oriente árabe resultan algo más considerable que la verba desafiante del presidente Racip Erdogán. Para un pueblo que sufrió el exterminio de más de un millón y medio de sus integrantes y el destierro y la expropiación de sus bienes materiales y simbólicos tener nuevamente frente a si la amenaza de un Estado negacionista, cuya historiografía oficial no reconoce el Genocidio fundacional sobre el cual se ha erigido y que se vanagloria de su nacionalismo expansionista resulta un acuciante problema.

Frente a un cuadro que se percibe como amenazante en términos existenciales, el imperativo para el pueblo de Artsaj y, en forma extensiva, para el pueblo de la República de Armenia consiste en “vencer para lograr la paz”.


Esto no significa necesariamente un triunfo militar, sino el reconocimiento de la comunidad internacional a la independencia de la República de Artsaj (Nargorno-Karabaj) y el derecho a guiar sus destinos de acuerdo a la voluntad general emanada de la soberanía popular.


Un tercer aspecto, ligado a la participación de Turquía, se vincula con los actores regionales y extrarregionales que, en forma directa o indirecta, se encuentran involucrados en la contienda. Una primera lectura, que va quedando más clara a medida que transcurren los días es que la unión entre Artsaj y la República de Armenia cuenta con el apoyo, expresado de diferentes formas, de la Federación Rusa y la República Islámica de Irán, junto a los aliados de ambos; más las fuerzas estatales e insurgentes que luchan contra la presencia turca en el Oriente árabe y el Mediterráneo Oriental. Por otro lado, la alianza azerí-turca goza del apoyo del Estado de Israel, la complicidad de la República de Georgia y la complacencia de Estados Unidos y la OTAN, más allá de las declaraciones que sus miembros realicen en forma unilateral o como miembros del Grupo de Minsk de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE).


El tablero descrito obliga a leer los movimientos de los distintos protagonistas como actos de una de partida integral. De esta forma, la permisividad estadounidense con el “neo-otomanismo” de Turquía puede interpretarse como una política que recrea la defensa de la “integralidad del imperio otomano” que fuera promovida por Gran Bretaña. Durante el siglo que transcurre entre el Congreso de Viena y la Primera Guerra Mundial (1815-1914), los británicos evitaron que el desmembramiento del Imperio Osmanlí beneficiara la expansión del Imperio Ruso hacia Anatolia y los Balcanes, pasos obligados hacia el Mar Mediterráneo.


Claro que el “nuevo otomanismo” presente debe compensarse con una fuerza “neo-persa”, desprovista del liderazgo antioccidental; de allí la agresión continua contra la República Islámica de Irán, que tiene al Estado de Israel como principal ariete.


Sin embargo, la formación de una barrera contra la influencia de Rusia no debería implicar la recreación y el fortalecimiento de neo-imperios regionales; por lo que también deben alentarse levantamientos nacionales y sociales dentro de estas dos entidades estatales; aún a riesgo de beneficiar a Rusia, como sucedió en Siria.


Excede las posibilidades de esta nota la ampliación del análisis al escenario general, que indudablemente incluye a la República Popular China -potencia emergente que desafía la hegemonía estadounidense y objetivo central de su despliegue imperial- aunque no puede obviarse este componentes a la hora de examinar los sucesos en desarrollo en el Cáucaso Sur.


En cuarto lugar -por si fuera necesario repasar una antigua lección de la Historia- queda en evidencia que la existencia y perpetuidad del pueblo armenio, aunque más no sea en una pequeña parte de los territorios ancestrales, está ligada a su alianza estratégica con Rusia. Con independencia de las formas que adquiera dicha relación, y aún de las implicancias que tenga para su desarrollo -ya que no han significado lo mismo la etapa zarista, el período soviético o la actual restauración capitalista- la persistencia del Estado y del pueblo armenio requiere como complemento de lazos indisolubles con la potencia del norte.


Para finalizar, un quinto punto relacionado al anterior. Mucho se ha escrito en estos días sobre la “cesión de Stalin” del territorio de Nagorno Karabaj a la República Socialista Soviética de Azerbaiyán. Dicha referencia histórica posee distintas connotaciones, que una lectura atenta no debería pasar por alto. Desde ya que uno de sus objetivos consiste en presentar al actual conflicto como herencia de la etapa soviética.


Esto parte de una falacia, ya que no fue un solo acto ni la voluntad de una sola persona la que determinó el estado jurídico-administrativo de Artsaj. Siendo una de las históricas provincias armenias, tras la caída de los Imperios Otomano y Zarista quedó -como tantas aldeas, ciudades y regiones- en el centro de disputas entre las nacientes Repúblicas de Armenia, Georgia y Azerbaiyán.


En el marco de la puja interimperialista desarrollada en la región, con la presencia de Gran Bretaña, Alemania, Francia y los Estado Unidos, Artsaj fue entregada a la jurisdicción azerí entre 1918 y 1920. Luego, tras la conformación de la República Federativa Soviética de Transcaucasia se transforma en Región Autónoma, dependiendo administrativamente de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán.


Presentar la guerra en Nagorno Karabaj como consecuencia del período soviético implica desconocer que durante siete décadas los pueblos armenio y azerbaiyano coexistieron en forma pacífica en el seno de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), en tanto parte del centenar de nacionalidades reconocidas.


Asimismo, focalizar exclusivamente en los enfrentamientos acaecidos en tiempos de descomposición de la URSS -el último lustro de las siete décadas de su historia- conlleva desconocer el desarrollo alcanzado por el pueblo armenio en el marco del sistema socialista junto a la familia de pueblos soviéticos e ignorar la garantía que dicha pertenencia significaba para su perpetuar su existencia.


Esa que hoy se encuentra nuevamente amenazada.

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