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Un siglo después, casi las mismas certezas y la necesidad de buscar nuevas soluciones

Mientras Erdogan desempolva el panturquismo, con la complicidad de sus socios, Armenia debe comenzar a reconocer a sus verdaderos aliados.

Por Adrián Lomlomdjian


El mandatario turco Recep Erdogán aprovechó la celebración religiosa conocida como la Fiesta del Sacrificio para seguir intentando posicionarse como líder y guía político del mundo musulmán, y también como uno de los principales protagonistas de los acontecimientos que se suceden en el sudeste europeo, en el Asia sudoccidental y en el norte de África.


Hace unas semanas atrás, el autoproclamado sultán ya había asegurado estar dando “los primeros pasos de un renacimiento islámico que tiene que abarcar desde Bujará (ahora Uzbekistán) a Al Andalus (España)”, en relación a su logro personal de transformar el museo de Santa Sofía, en Estambul, en una mezquita.


Ahora, en medio de las celebraciones y de los llamados telefónicos con los líderes de Azerbaiyán, Paquistán y Qatar, entre otros, el fascista turco declaró: “Vamos a legar nuevas victorias a nuestros hijos en estos días, cuando estamos a punto de entrar en agosto, lo que se conoce como el ‘mes de victorias’ en nuestra historia”. Y sin tratar de encubrir sus objetivos, agregaba: “Estamos decididos a concluir con victoria para nosotros mismos y nuestros hermanos la lucha que continúa en una amplia área que se extiende desde Irak y Siria hasta Libia. Turquía también continuará hasta el final las labores que ha iniciado para proteger sus derechos en el Mediterráneo Oriental y el Egeo”.


Mientras tanto: maniobras militares conjuntas a gran escala con Azerbaiyán cerca de la frontera con Armenia, ataques permanentes sobre las poblaciones kurdas de la Anatolia y sobre el Rojava en el norte de Siria e incursiones armadas en Irak y Libia. En definitiva, el sueño latente de “recuperar la grandeza del imperio otomano”, una verdadera cárcel a cielo abierto construida a base de genocidios, matanzas y deportaciones masivas, saqueo, opresión nacional y social de armenios, asirios, kurdos, árabes, palestinos, griegos y decenas de otros pueblos, incluido el turco.


Pero no hay que confundirse. Erdogán y el Estado turco no están solos en este proyecto neo-otomano, en este retornar del panturquismo. Como hace más de un siglo atrás, cuentan con el apoyo concreto del sionismo, en esta oportunidad a través de la alianza Azerbaiyán-Israel, y de los mismos actores imperiales de entonces -Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania-, que, con sus matices e incluso enfrentándose a veces verbalmente con Turquía, permiten que el autoproclamado sultán “haga” y avance en su renovado proyecto de dominación regional.


Justamente hoy, el ministro de Economía alemán reconocía en el parlamento –ante la protesta de los diputados del Partido de la Izquierda- que desde fines del año pasado y hasta el 22 de julio, Alemania le entregó armas a Turquía por 25,9 millones de euros. Y esto, a pesar de la existencia de la prohibición de venderle armas. Sin embargo, el pasado 30 de julio, el canciller alemán Heiko Maas aseguró que ya “no se le venden más armas a Turquía”. Cabe destacar que, el régimen de Erdogán es el principal importador de armas alemanas.


Hace dos semanas atrás, la Casa Blanca informó: “Los presidentes de Estados Unidos y Turquía, Donald Trump y Recep Tayyip Erdogán, respectivamente, han acordado este martes (el 14 de julio) mantener una ‘coordinación’ para estabilizar la situación en Libia”.


No todo son apoyos para Erdogán


El ministro de Estado de Asuntos Exteriores de Emiratos Árabes Unidos (EAU), Anwar Gargash, acusó a Turquía este sábado por actuar en base a “sueños coloniales” y exigió que detenga sus “injerencias” en los asuntos árabes, en alusión a Libia, donde Turquía participa a favor de la facción del Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA, por sus siglas en inglés) del primer ministro Fayez Sarraj. Incluso, desde distintos países se afirma que lo hace enviando mercenarios a sueldo provenientes de Siria, supuestamente vinculados a grupos ligados en el pasado a organizaciones yihadistas como Daesh y Al-Qaeda.


El Ejército Nacional Libio (LNA, por sus siglas en inglés) -la facción que disputa el control del país a Sarraj- ya había confirmado estos rumores el pasado martes. El periódico “Al Arabiya” informó que “el país liderado por Erdogán había comenzado a enviar mercenarios procedentes de varias nacionalidades no sirias”. Además, “un equipo de inteligencia procedente de Turquía ha aterrizado en la madrugada de este miércoles en base aérea de Al-Watiya”. Esta delegación visitó durante varias horas esta base y después volvió al país del Bósforo, de acuerdo a la información publicada en el diario.


El “ok.diario” publicó hoy una información de “Atalayar.com”, en la que se destaca, que “Qatar y Turquía podrían estar seleccionando a más de cinco mil mercenarios procedentes de Somalia para luchar en la guerra civil de Libia y planean también el envío de oficiales provenientes de este país de África oriental de cara a seguir apoyando al Gobierno de Acuerdo Nacional del primer ministro Fayez Sarraj en su lucha contra el Ejército Nacional Libio del mariscal Jalifa Haftar”.


También, señalaron que “los medios ‘Somali Guardian’ y ‘Al-Ain News’ informaron sobre este plan turco-qatarí para seguir interfiriendo en el conflicto bélico libio. Según los datos revelados, el eje formado por la monarquía del Golfo y el país euroasiático habría reclutado a estos elementos a cambio de cantidades de dinero y de la opción de obtener la ciudadanía qatarí”.


Como podemos apreciar, Turquía está desarrollando una actividad militar intensa, propia de las superpotencias, con la que intenta posicionarse regional e internacionalmente.


La regionalización del conflicto armenio-azerbaiyano


Es en este amplio contexto regional donde se debe enmarcar el aumento de las tensiones en la frontera armenia-azerbaiyana, producido después del frustrado intento de invasión de las fuerzas armadas azeríes del domingo 12 de julio, cuando cruzaron la frontera e intentaron ocupar posiciones en Armenia, siendo repelidos.


Rápidamente Turquía olvidó su pretendido -y falso- rol de “neutral” o “mediador”, acusó a Armenia y se manifestó públicamente dispuesto “a apoyar con todo lo necesario a Azerbaiyán”. Fueron necesarias apenas dos semanas para que esa “disposición” se transformara en hechos concretos:


- Se realizan ejercicios militares conjuntos entre las Fuerzas Armadas de Azerbaiyán y Turquía entre el 29 de julio y el 10 de agosto, con la participación de personal militar, vehículos blindados, artillería y morteros, helicópteros de combate y transporte de la Fuerza Aérea, así como unidades de defensa aérea y unidades de misiles antiaéreos de los ejércitos de ambos países. Los ejercicios de las tropas terrestres se desarrollarán del 1° al 5 de agosto en Bakú y Najicheván, y los de la fuerza aérea comenzaron el 29 de julio y continuarán hasta el 10 de agosto en Bakú, Najicheván, Giandzha, Kiurdamir y Yevlaj.


- Arribaron en Najichevan helicópteros de ataque T129 fabricados por la compañía estatal Turkish Aerospace Industries. Estas unidades, junto a varios helicópteros de transporte táctico Sikorsky UH-60A, son utilizados en las maniobras militares que se llevan a cabo cerca de las fronteras con Armenia e Irán.


- Mercenarios son reclutados en algunos poblados sirios ocupados por Turquía para ser enviados a Bakú, para unirse a la lucha contra Armenia.



Con todo esto, parece que Armenia dejó de mirarse el ombligo y se dio cuenta de que algo más grande está sucediendo, más allá del conflicto particular que se mantiene con Azerbaiyán.


El pasado sábado, por primera vez, el canciller armenio Zohrab Mnatsakanian habló específicamente del proyecto regional turco y del importante rol de Rusia para Armenia. “Con la ayuda de los esfuerzos de mediación del Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia y el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas rusas, fue posible lograr la estabilización de la situación en la frontera entre Armenia y Azerbaiyán”, afirmó el funcionario.


Al hablar sobre el papel de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), alianza militar que integran junto a otras repúblicas ex soviéticas Armenia y Rusia, Mnatsakanian dijo que “Ereván continuará utilizando esta plataforma para fortalecer su seguridad y garantizar la estabilidad en la región”.


Respecto a la cuestión de por qué la OTSC no mostró más actividad en el contexto de la escalada de Tavush, el Ministro de Relaciones Exteriores enfatizó que “Armenia no le pidió a la Organización que interviniera, sólo consideró necesario informar a sus aliados sobre la situación”.


Por otra parte, Mnatsakanian también hizo referencia al proyecto neo-osmaniano de Erdogán, que resucitando el panturquismo intenta reconfiguar un "renovado" imperio otomano. “Armenia se opone y seguirá oponiéndose a los intentos de Turquía de desestabilizar el Cáucaso del Sur”, enfatizó y agregó que “el comportamiento de Ankara en el contexto de la reciente escalada militar en la frontera armenia-azerbaiyana fue otra confirmación de la política destructiva y desestabilizadora de este país”. “Las manifestaciones individuales de esta política también se observan en otras regiones, en el Mediterráneo Oriental, el Norte de África y el Medio Oriente”, cerró el canciller.

Para Mnatsakanian, todo lo sucedido después del ataque que sufrió Armenia el 12 de julio, deja en claro que “el objetivo es proyectar esta política desestabilizadora en el Cáucaso del Sur, lo que es decididamente inaceptable para nosotros, y contra la cual hemos luchado y continuaremos luchando”.


¿Qué hacer?


Pasó el siglo veinte completo, que en aquella porción del planeta dejó, entre otras cosas, la disolución de los imperios, el nacimiento de nuevas Repúblicas, la reconfiguración de un nuevo mapa regional y la primera experiencia socialista y plurinacional. Pero también, fue el siglo de los genocidios, saqueos, invasiones, ocupaciones y deportaciones masivas, que provocaron que millones de hombres y mujeres no puedan vivir en sus tierras. Lamentablemente hoy, un siglo después y vividas dos décadas del siglo XXI, muchas, muchísimas cosas siguen igual por allá.

Por eso, se puede hablar de algunas certezas:


- Las potencias imperialistas -occidentales- jamás se fueron de allí ni abandonaron sus pretensiones e intereses. Sigue siendo fuerte la presencia allí –militar y económica- de Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y Francia, y nada bueno trajo para los pueblos de la región esta permanencia.


- Turquía volvió a ponerse como objetivo el cumplimiento de un plan panturquista de dominación, que tiene como punto central “unir” -como sea- a todos los pueblos turcófilos, usando en algunos casos la religión como factor convocante, y en otros, las “raíces nacionales”.


- El sionismo, que antes actuaba teniendo como base de su accionar Europa, ahora lo hace ya establecido en la región, a través del Estado de Israel, genocida del pueblo palestino e involucrado -ya sea como protagonista o como asesor- en muchísimas violaciones a los derechos humanos que se cometen en cualquier rincón del planeta. Y como lo hizo durante el siglo pasado, el sionismo es el mejor aliado de los enemigos de los pueblo de la región.


- Rusia mantiene sus históricas diferencias con las potencias imperialistas y eso hace que se transforme en aliado natural de los pueblos que combaten la injerencia de Occidente. Sin embargo, dirigida por Putin no termina de delinear una política coherente para la región: mientras apoya al gobierno de Siria y Armenia que enfrentan las agresiones directas o apañadas por Erdogán, no hace lo mismo con los kurdos y los pueblos que también enfrentan a los turcos y a los fundamentalistas en el norte de Siria.


- Los Estados nacionales, que a principios del siglo pasado parecían ser la solución a los reclamos de liberación nacional y social de los pueblos de la región -oprimidos mayoritariamente por los imperios otomano, zarista y persa-, han caducado como tal, ya que viejas conflictos vuelven a aparecer y nuevos repartos de territorios provocan nuevos desplazamientos masivos de poblaciones civiles, además de matanzas y otros crímenes. Un factor que por entonces intentó invisibilizarse o quedó en segundo plano es, que en toda esa región la mayoría de las ciudades, pueblos y aldeas tenían poblaciones plurinacionales. Podía variar el porcentaje (en unas había más armenios, en otras más kurdos, en otras más asirios, más turcos y más árabes, entre las regiones), pero indefectiblemente la composición no era “pura” desde lo nacional, sino que durante siglos y siglos convivieron allí las distintas nacionalidades.


Con estas certezas, una de las posibilidades más reales es comenzar a pensar en que la solución a los viejos y nuevos problemas no es similar a la de principios del siglo veinte. Si bien los protagonistas -víctimas y victimarios- son casi los mismos, cien años tienen que haber servido para darse cuenta de algunas cosas.


Por ejemplo, el pueblo kurdo de más de cuarenta millones de personas no tiene Estado nacional y se puso como objetivo no dividir, no separar, apostar a la convivencia, a compartir y a crecer juntos. Su lucha es hacer realidad el confederalismo democrático y no su propio Estado-Nación. Es algo a tener en cuenta, no como la verdad absoluta, pero si como experiencia a estudiar y debatir.


Hay otras cuestiones también para analizar, como la preeminencia de lo nacional, lo que lleva a “alianzas temporarias” y a “enemistades eternas”, por sobre lo social, por encima de la lucha por construir sociedades sin explotación, sin opresión, con paz y amistad como base para la convivencia entre los pueblos.


Turquía juega fuerte y se siente acompañada y protegida por el sionismo y las potencias occidentales. Es el momento que Armenia, su pueblo, comience a reconocer a sus verdaderos aliados regionales.


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